domingo, 12 de febrero de 2012

Nunca terminaremos de pintar hospitales?

Repasando políticas aplicadas, intencionalidades y hasta deseos explícitos de los últimos años, he caído en la cuenta que la viabilidad presupuestaria en salud para tratar de asegurar la asistencialidad es de una exclusividad llamativa. Pero ojo, que ni siquiera hablo de equidad asistencial, sino que solo de la asistencialidad en su formato más básico, o sea que las preocupaciones que ocupan más espacio y expedientes son aquellas que tienden a dotar al sistema de salud de los elementos imprescindibles para asistir al enfermo con la mayor eficiencia y complejidad posible.
Esta inercia no puede parar, no se puede desatender la provisión de insumos, sumar ambulancias, intentar actualizaciones constantes del equipamiento médico, mantener las condiciones edilicias adecuadas mínimas, etc, e inclusive es imposible pensar, en la actualidad, en ninguna estrategia preventiva global sin asegurar el campo terapéutico para las consecuencias de los fracasos individuales de tales estrategias. Sin embargo, esas condiciones cuasi óptimas del recurso asistencial están cimentadas sobre argumentaciones ideológicas dudosas, puesto que las necesidades que le dieron origen no solo estaban cruzadas por intereses económicos de corporaciones y laboratorios sino que el propio hecho de no revisar, periódicamente, a dichas necesidades  habla a las claras de (al menos) su desactualización  y, por ende, de su consecuente pérdida de objetividad como elemento diagramador en las políticas sanitarias.
Pero volvamos a la hipótesis del comienzo, o sea que las políticas de salud no han podido (excepto en los apropiados aspectos discursivos) superar las barreras de lo estrictamente presupuestario, limitandose circularmente, a contener la demanda desde el terreno de lo posible y poniendo toda la capacidad de sus recursos humanos en esa tarea. Este tipo de políticas se han visto y se ven, como obligadas y, como lo señalé más arriba, creo que hay en esta apreciación gran parte de verdad, pero también creo que justamente en ese mismo convencimiento radica una buena porción del problema.
Intento explicarme brevemente, creo que el hecho de intentar cumplir con la premisa de asegurar el "derecho a la salud" (así suele entederse el derecho a asistencia médica) inhibe toda posibilidad de pensar a la salud desde otros aspectos, y esto lo creo así por el simple hecho que a dicha tarea es imposible darla por terminada, e inclusive se retroalimenta exigiéndose complejidad cada vez más costosa y es ahí donde el famoso presupuesto adquiere preponderancia, poniendo límites a los deseos de terminar esa bendita etapa de organización de servicios asistenciales, que hemos perseguido todos, desde siempre.
A este panorama interno, del propio colectivo salud, hay que sumarle lo que la comunidad ha interpretado, culturalmente, como lo que corresponde hacerse en el aspecto sanitario. Nos encontramos con una lógica coincidencia plena, pues la sociedad ha mamado durante muchísimo tiempo el discurso de la responsabilidad estatal limitada al algodón, la curita y la vacuna. La participación comunitaria, entonces, se reduce a la exigencia de mejores servicios y hostelería para cuando su salud ya ha sido afectada. Una perfecta coincidencia de objetivos, aunque así haya sido impuesto desde debates ajenos.
Finalmente, es justo decir que el esfuerzo para mantener este equilibrio es absolutamente honesto y debe valorarse. Lo que queda fuera de estos lineamientos revisten la categoría de utopías, pero... no es el momento político ideal para plantearlas?.