Salud no se ha profesionalizado, siempre fue así. Salud,
como sistema, no puede permitirse no ser estrictamente profesional para
desarrollarse pues sus objetivos primarios, tanto asistenciales como
preventivos, requieren de información y acción de especificidad calificada y
dada su responsabilidad en el mantenimiento y recuperación del estado de salud
de la población, no puede admitir en su seno más opciones que las idóneas al
momento de evitar, diagnosticar o eliminar a ese enemigo abundantemente
identificado que es “la enfermedad”.
Visto así, la idea de que a la Salud la hacemos entre todos
pierde su potencia, y su correlato conceptual, la salud comunitaria, se
minimiza a estrategia de complemento. Es decir que la posibilidad de involucrar
a todos en el cuidado y recuperación de la salud es una alternativa ante
situaciones en donde el “sistema” sanitario convencional no puede resolver el
intríngulis.
Una buena muestra de este último planteo es la lucha contra
el dengue, en donde las herramientas típicas como son las vacunas, la atención
precoz o inclusive la propia acción de terreno con agentes y promotores no
alcanzan pues la relación entre recurso humano entrenado (esto también se
entiende como profesionalización) frente a la magnitud del problema arroja siempre
resultados francamente desfavorables. Es entonces cuando se recurre a la
población para que se haga responsable frente a la amenaza. En fin, recién
cuando el paternalismo ilustrado no puede protegernos se hace uso de la opción
comunitaria.
Pero este camino está grabado a fuego en el protocolo inconsciente
de todos nosotros y lo asumimos como absolutamente lógico, sin embargo con poco
analizarlo se descubre un agujero por donde se filtra un debate, y empezamos a
transitar las dificultades que trae aparejada la aparente discrepancia entre “salud derecho” y “salud obligación”.
Ahora bien, a no confundirse, porque la salud como derecho se
entiende solo desde la óptica del otorgamiento y no desde la exigencia. Para
ser más claro, este sistema que previa y malvadamente identificamos como
paternalista, se desvive por asegurar que la población goce de ese derecho y lo
logra en distintos grados según el modelo aplicado, pues es bastante eficiente
en la cuestión asistencial, incluso sumando en estas últimas épocas un aditivo
imprescindible como lo es la equidad, y un poco menos contundente en la faz
preventiva (aunque es imposible medir lo que se evita por el simple hecho de
que nunca sucede).
Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, y volviendo
al punto hay que decir que si la salud
derecho implicara la exigencia de no enfermar o de nunca sentirse mal,
sería imposible que un área o sistema la pueda asegurar. Nace aquí la necesidad
de conceptualizar sobre las responsabilidades de la gente, tanto en su carácter
individual como poblacional, en donde
las obligaciones contemplen no dañar la salud propia ni la ajena. Pero tales
apreciaciones pueden verse legalmente como obvias y sanitariamente como
“disparate”.
Al parecer el debate sobre derechos y obligaciones en salud
nos devuelve siempre a la línea de partida y a volver a interpelarnos
cíclicamente sobre quienes deberían ser los “proveedores” de salud. Será el
“Estado a través de sus cuadros técnicos” o solo “el Estado” (léase pueblo
organizado)?
Esta disyuntiva eterna, que incluso tuvo a Evita y Carrillo
como protagonistas antagónicos del debate, no se resuelve tomando partido por
una opción, pues nunca sería viable. A nadie se le ocurre poner la complejidad
médica asistencial en manos de un lego ni el diseño de una red cloacal en manos
de dentistas. Sin embargo el solo hecho de pensar que una red cloacal es una
acción sanitaria podría acercarnos a las respuestas.
El pensamiento no es novedoso, la salud comunitaria (no como
complemento sino que como alternativa) ha sido suficientemente descripta y
fundamentada por impecables intelectuales del campo popular, sin embargo este
concepto revolucionario requiere previamente un cambio de paradigma que las
estructuras formales de salud se resisten fuertemente a que ocurra así como
tampoco resulta favorable la tan arraigada imagen de salud como hospital o
enfermera pidiendo silencio que tiene la población en general.
Es en este contexto que se pueden proponer estrategias
intermedias con la intención clara de mejorar nuestra posición ideológica
sanitaria frente al actual diseño sistémico de la salud, tan defendido por
conservadores y corporaciones favorecidas.
Por lo descripto anteriormente se desprende que hay muchos
agujeros que el sistema imperante no puede abarcar y que sin embargo son
reconocidos como importantes factores determinantes del estado de salud de la
población. Así es que se abre un espacio para pensar en salud comunitaria sin
colisionar, en primera instancia, con las estructuras formales, pues esta
estrategia se identifica desde cualquier ángulo como “complementaria” que no es
ni más ni menos que el lugar que el paradigma actual le asignó.
Qué es lo que cambia? Pregunta del millón.
El desafío es trabajar desde lugares “no convencionales” asociando
toda acción con la consecuencia que trae aparejada en el estado sanitario
general e individual, conscientizando así sobre otras formas de ver la salud
distintas del ibuprofeno y los rayos X pero tan o más importantes que estas a
la hora de medir resultados y que por su transversalidad operativa sea mucho
más apropiable por parte de la población, que al día de hoy sigue viendo a los
edificios asistenciales como templos lejanos.
En otras palabras, si hacemos cloacas, alfabetizamos,
protegemos los alimentos, informamos sobre cómo prevenir accidentes del hogar o
viales, inauguramos escuelitas deportivas, llevamos agua potable y muchísimos
etcéteras, en realidad no estaríamos haciendo obras de infraestructura, o
educación, o control, o asistencia social, sino que, desde este punto de vista
propuesto, estaríamos haciendo “prevención no convencional”.
Obviamente este concepto no soporta ningún tipo de
cuestionamiento, porque su fundamentación es extremadamente débil, pero su
fortaleza radica en al capacidad asociativa entre toda acción y su consecuencia
sanitaria.
Para otra oportunidad dejamos la posibilidad de fijar
prioridades en salud y su discusión sobre políticas y presupuestos, a partir de
esta ampliación de su campo de acción.