viernes, 14 de noviembre de 2014

Un poco más de confusión sobre prevención en salud (mil perdones)

“Enfocarnos en la prevención y promoción en salud”. Debe ser uno de los latiguillos más repetidos desde distintos lugares ideológicos y técnicos.
También es bastante frecuente tratar de comparar lo invertido en estas tareas y lo dedicado a la asistencia propiamente dicha y a través de ese análisis poder interpretar las intenciones y particularidades de cada sistema de salud. Sin embargo el gasto en prevención no puede medirse desde el porcentaje del presupuesto de salud que se dedica a programas educativos, porque hay innumerables acciones preventivas y promocionales que se financian con otros fondos distintos a los de los ministerios de salud. De hecho, obras públicas, educación, vivienda o mejoramiento de las condiciones de trabajo, entre otras muchas cosas, son pilares de las políticas preventivas en salud, por lo que cuando se escucha que vamos a destinar más parte del presupuesto de salud a la prevención debería entenderse que los ministerio de salud renunciarían a parte de su presupuesto en beneficio de otros tales como los Ministerios de Planeamiento, Educación, Trabajo, etc.
Esto último que se plantea juega con una situación casi ridícula, pero si uno quisiera saber en realidad en que consta el presupuesto dedicado a promoción y prevención no puede deducirse de lo utilizado en el primer nivel de atención (argumento falaz pero muy difundido) puesto que aquí mayormente se realizan tareas asistenciales (con las honrosas excepciones que nos mantienen ilusionados a los utópicos). De todas maneras es comprobable el gasto en prevención en programas tales como el de municipios saludables con clara orientación en ese sentido, o el sueldo de agentes sanitarios o promotores y el de vacunadores, o las propias vacunas y quizás muchas más que no necesariamente componen un universo organizado de políticas preventivas.
Por otro lado, la cuestión asistencial es claramente responsabilidad exclusiva de los ministerios de salud (o sea el garantizar el derecho a la asistencia médica accesible, equitativa y de calidad) y por lo tanto resulta obvio que tamaña responsabilidad determine que el mayor esfuerzo esté puesto en esa dirección. Esto coincide con lo que a las autoridades y trabajadores sanitarios se les exige desde la población en general, puesto que la identificación es casi plena con las estructuras asistenciales visibles, hospitales y centros de salud, dejando las obligaciones para preservar la salud en manos del auto cuidado, del clima o de los organismos de control.
Pregunta obligada: es eficiente el estado para garantizar esos derechos (asistencia y evitabilidad)? Porque parece más útil enfocarse en lograr perfeccionar los indicadores de accesibilidad, de equidad y de calidad que se exigen a diario, que intentar avanzar sobre el derecho a preservar la salud (o derecho a no enfermar) que es muchísimo menos sentido por el pueblo en general y hasta inclusive por la mayoría de los propios trabajadores de salud, pero que aparte el estado ha demostrado una sistemática capacidad para fracasar con cada programa preventivo que no incluya a soluciones inmunoprevenibles.
Pero en el rol asistencial y siguiendo con la pregunta realizada, es también cierto que el estado puede ser más o menos eficiente en estas tareas de aseguramiento y cuidado de los derechos derivados de ese rol, pero sin ninguna intención de analizar distintas opciones ideológicas o modelos de gestión me atrevo a aseverar que las políticas aplicadas desde el año 2003 hasta acá son continuadoras y hasta mejoradoras (perdonen los compañeros nostálgicos) de las que nos legara Carrillo. Bajo la misma arrogancia, asevero también que en ocasiones anteriores a este gobierno nacional y popular las experiencias por las que han atravesado los centros asistenciales y sus trabajadores ha sido nefasta desde el punto de vista que se prefiera examinar.
Volviendo a las posibilidades de políticas que sumen derechos a mantenerse saludable y en otro circuito de debate se ubican subjetividades alentadoras como lo son “la sensibilidad vocacional” o “la mística sanitaria militante” que lamentablemente no son la moneda corriente en la actualidad, pero a los que puede acudirse de manera esperanzadora para cometidos relacionados con prevención o promoción en caso de recuperar esos valores para la mayoría de los involucrados en el universo sanitario.
Ahora bien, si coincidimos que información, esfuerzos territoriales informales o educación para la salud no son del todo suficientes para prevenir enfermedades y si aparte hacemos consciencia sobre que los principales determinantes de salud no están al alcance de las estructuras formales y posibilidades operativas del sistema de salud, podremos pensar en mecanismos o estrategias que hagan que la territorialidad que puedan alcanzar nuestros compañeros de “salud” redunde en participación popular efectiva. En este último sentido son muy conocidas las experiencias que en distintas épocas se han llevado a cabo con mayor o menor grado de organización, desde el ATAMDOS de Floreal Ferrara hasta la solitaria recorrida de un agente sanitario rural, en donde la sensibilidad y la mística militante chocan contra las imposibilidades de resolución (e inclusive de gestión) para los problemas que se presentan fuera de las paredes de los centros asistenciales.
Quizás deberíamos revisar que tan transversales podemos ser para poder imponer prioridades sanitarias (popularmente avaladas) a otros sectores más relacionados con esas posibilidades operativas de la que hablábamos. Podría decirse que el riesgo de perder territorialidad se relaciona con la falta de respuestas que un área tan especializada como la sanitaria evidencia constantemente por su insignificante intersectorialidad. Por supuesto que la estrategia APS resolvía esta disyuntiva poniéndonos como eje de una convocatoria popular que sólo es realizable y eficiente con un fuerte protagonismo que no poseemos por el simple hecho de no contar con las herramientas o recursos para abordar las principales demandas.

Finalmente y más allá de lo desordenado del aporte que intento, me atrevo a concluir con una reflexión sintetizadora del pensamiento precedente. Podemos ser excepcionalmente inclusivos, justos y eficientes con las tareas asistenciales que la sociedad nos exige siempre y cuando las políticas respondan, en génesis y futuro, a un proyecto nacional y popular, pero no podremos hacer realidad nuestros sueños de evitar enfermedades sino recuperamos la sensibilidad del sistema y la mística sanitaria militante y tampoco seremos eficientes en este desafío sino incorporamos la intersectorialidad como mecanismo de trabajo constante para poder inseminar de prioridades sanitarias a toda acción de gobierno.

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