“Enfocarnos en la prevención y promoción en salud”. Debe ser
uno de los latiguillos más repetidos desde distintos lugares ideológicos y
técnicos.
También es bastante frecuente tratar de comparar lo
invertido en estas tareas y lo dedicado a la asistencia propiamente dicha y a
través de ese análisis poder interpretar las intenciones y particularidades de
cada sistema de salud. Sin embargo el gasto en prevención no puede medirse
desde el porcentaje del presupuesto de salud que se dedica a programas
educativos, porque hay innumerables acciones preventivas y promocionales que se
financian con otros fondos distintos a los de los ministerios de salud. De
hecho, obras públicas, educación, vivienda o mejoramiento de las condiciones de
trabajo, entre otras muchas cosas, son pilares de las políticas preventivas en
salud, por lo que cuando se escucha que vamos a destinar más parte del
presupuesto de salud a la prevención debería entenderse que los ministerio de
salud renunciarían a parte de su presupuesto en beneficio de otros tales como
los Ministerios de Planeamiento, Educación, Trabajo, etc.
Esto último que se plantea juega con una situación casi
ridícula, pero si uno quisiera saber en realidad en que consta el presupuesto
dedicado a promoción y prevención no puede deducirse de lo utilizado en el
primer nivel de atención (argumento falaz pero muy difundido) puesto que aquí
mayormente se realizan tareas asistenciales (con las honrosas excepciones que
nos mantienen ilusionados a los utópicos). De todas maneras es comprobable el
gasto en prevención en programas tales como el de municipios saludables con clara
orientación en ese sentido, o el sueldo de agentes sanitarios o promotores y el
de vacunadores, o las propias vacunas y quizás muchas más que no necesariamente
componen un universo organizado de políticas preventivas.
Por otro lado, la cuestión asistencial es claramente
responsabilidad exclusiva de los ministerios de salud (o sea el garantizar el
derecho a la asistencia médica accesible, equitativa y de calidad) y por lo
tanto resulta obvio que tamaña responsabilidad determine que el mayor esfuerzo
esté puesto en esa dirección. Esto coincide con lo que a las autoridades y
trabajadores sanitarios se les exige desde la población en general, puesto que
la identificación es casi plena con las estructuras asistenciales visibles,
hospitales y centros de salud, dejando las obligaciones para preservar la salud
en manos del auto cuidado, del clima o de los organismos de control.
Pregunta obligada: es eficiente el estado para garantizar
esos derechos (asistencia y evitabilidad)? Porque parece más útil enfocarse en
lograr perfeccionar los indicadores de accesibilidad, de equidad y de calidad
que se exigen a diario, que intentar avanzar sobre el derecho a preservar la
salud (o derecho a no enfermar) que es muchísimo menos sentido por el pueblo en
general y hasta inclusive por la mayoría de los propios trabajadores de salud,
pero que aparte el estado ha demostrado una sistemática capacidad para fracasar
con cada programa preventivo que no incluya a soluciones inmunoprevenibles.
Pero en el rol asistencial y siguiendo con la pregunta
realizada, es también cierto que el estado puede ser más o menos eficiente en
estas tareas de aseguramiento y cuidado de los derechos derivados de ese rol,
pero sin ninguna intención de analizar distintas opciones ideológicas o modelos
de gestión me atrevo a aseverar que las políticas aplicadas desde el año 2003
hasta acá son continuadoras y hasta mejoradoras (perdonen los compañeros
nostálgicos) de las que nos legara Carrillo. Bajo la misma arrogancia, asevero
también que en ocasiones anteriores a este gobierno nacional y popular las
experiencias por las que han atravesado los centros asistenciales y sus
trabajadores ha sido nefasta desde el punto de vista que se prefiera examinar.
Volviendo a las posibilidades de políticas que sumen
derechos a mantenerse saludable y en otro circuito de debate se ubican
subjetividades alentadoras como lo son “la sensibilidad vocacional” o “la
mística sanitaria militante” que lamentablemente no son la moneda corriente en
la actualidad, pero a los que puede acudirse de manera esperanzadora para
cometidos relacionados con prevención o promoción en caso de recuperar esos
valores para la mayoría de los involucrados en el universo sanitario.
Ahora bien, si coincidimos que información, esfuerzos
territoriales informales o educación para la salud no son del todo suficientes
para prevenir enfermedades y si aparte hacemos consciencia sobre que los
principales determinantes de salud no están al alcance de las estructuras
formales y posibilidades operativas del sistema de salud, podremos pensar en
mecanismos o estrategias que hagan que la territorialidad que puedan alcanzar
nuestros compañeros de “salud” redunde en participación popular efectiva. En
este último sentido son muy conocidas las experiencias que en distintas épocas
se han llevado a cabo con mayor o menor grado de organización, desde el ATAMDOS
de Floreal Ferrara hasta la solitaria recorrida de un agente sanitario rural,
en donde la sensibilidad y la mística militante chocan contra las
imposibilidades de resolución (e inclusive de gestión) para los problemas que
se presentan fuera de las paredes de los centros asistenciales.
Quizás deberíamos revisar que tan transversales podemos ser
para poder imponer prioridades sanitarias (popularmente avaladas) a otros
sectores más relacionados con esas posibilidades operativas de la que hablábamos.
Podría decirse que el riesgo de perder territorialidad se relaciona con la
falta de respuestas que un área tan especializada como la sanitaria evidencia
constantemente por su insignificante intersectorialidad. Por supuesto que la
estrategia APS resolvía esta disyuntiva poniéndonos como eje de una
convocatoria popular que sólo es realizable y eficiente con un fuerte
protagonismo que no poseemos por el simple hecho de no contar con las herramientas
o recursos para abordar las principales demandas.
Finalmente y más allá de lo desordenado del aporte que
intento, me atrevo a concluir con una reflexión sintetizadora del pensamiento
precedente. Podemos ser excepcionalmente inclusivos, justos y eficientes con
las tareas asistenciales que la sociedad nos exige siempre y cuando las
políticas respondan, en génesis y futuro, a un proyecto nacional y popular,
pero no podremos hacer realidad nuestros sueños de evitar enfermedades sino
recuperamos la sensibilidad del sistema y la mística sanitaria militante y
tampoco seremos eficientes en este desafío sino incorporamos la
intersectorialidad como mecanismo de trabajo constante para poder inseminar de
prioridades sanitarias a toda acción de gobierno.
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