jueves, 16 de abril de 2015

Transversalidad Sanitaria para militar el “derecho a no enfermar”.


 Vamos a intentar en esta oportunidad, establecer las limitaciones y posibilidades que tiene el colectivo de salud en cuanto a la disminución de brechas provocadas por cuestiones distintas a las conocidas por el sistema sanitario tradicional (agentes biológicos, accidentología, exposición a tóxicos,  etc.). También trataremos de diferenciar los derechos devenidos de la asistencia como de la prevención y los alcances de las estrategias inclusivas que los centros políticos ejecutivos llevan a cabo desde los ministerios.

Aunque suene repetitivo debemos en una primera instancia, mencionar algunos antecedentes seleccionados que respaldarán las argumentaciones posteriores respecto a la relación entre los determinantes sociales y el estado sanitario individual y poblacional. Esto es necesario, pues algunos de los datos vertidos en algunos trabajos científicos nos pueden ayudar a imaginar cuales podrían ser los ámbitos priorizados de trabajo.
Vamos a algunos ejemplos de trabajos realizados en nuestra Latinoamérica como el de Silva A., y Duran M. (Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana) llamado “MORTALIDAD INFANTIL Y CONDICIONES HIGIENICO-SOCIALES EN LAS AMÉRICAS”. Un estudio de correlación publicado en la revista de salud pública de Sao Paulo, donde en las conclusiones se menciona textualmente “Los resultados obtenidos muestran que las variables más influyentes en el riesgo de morir de los menores de un año son el nivel de educación materna y la tasa de natalidad. Por otra parte parece confirmarse que el aumento de los recursos destinados a la atención, por sí mismos, no mejoran la situación de la mortalidad infantil en nuestros países una vez alcanzado cierto nivel.” Aquí se ve que los esfuerzos asistenciales son necesarios pero pueden llegar a tener una influencia menor que los determinantes sociales sobre algunos indicadores de salud en particular.
Otras investigaciones son necesarias recordar por su potencia estadística como lo es un viejo trabajo de Hugo Behm del Centro Latinoamericano de demografía llamado Determinantes económicos y sociales de la mortalidad en América Latina”, fue rescatado por la revista de salud colectiva de la Universidad de Lanús y muestra relaciones directas entre la mortalidad y una serie de variables tales como nivel de educación, residencia urbana o rural, grupos étnicos o clase social. Pero una gráfica sobre involución del salario y la mortalidad infantil es tan potente y patética que no podemos resistirnos a mostrarla.


Queríamos mencionar otro interesante trabajo científico que comprueba con originalidad la importancia de la educación, se trata de  “Nivel de Educación Parental y Mortalidad Infantil”  publicada en la revista de pediatría de Chile, cuyos autores fueron Medina y Cerda de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Chile. En el artículo pudieron relacionar la incidencia que tiene la combinación del nivel educacional paterno y materno con la mortalidad infantil y llegaron a la conclusión que la peor combinación (madre y padre con bajo nivel educacional alcanzado), triplicaba a la mejor combinación (padre y madre con más de 13 años de escolaridad) en cuanto a las tasas de mortalidad infantil.
Finalmente consideramos importante comentar un último trabajo, el cual nos habla de los riesgos que todavía no alcanzamos a visualizar como prioritarios en los esquemas estratégicos de políticas sanitarias. Se trata de una investigación de Monteverde, escrito por Cipponeri M.,  Angelaccio M. y Gianuzzi L. C., que data del año 2012 en donde encontraron que en la cuenca Matanza-Riachuelo el 9% de las muestras de agua provenientes de la red pública, el 45% de agua envasada y el 80% de las provenientes de perforaciones o pozos individuales resultaron no potables por exceso de coliformes, Escherichia coli o nitratos. Las muestras fueron hechas sobre las que se usan habitualmente para consumo domiciliario, y esto lo que muestra es que actualmente hay también riesgos regionales aumentados en algunas poblaciones frente a otras, creando condiciones de inequidad más alejadas todavía de las posibilidades de los Ministerios de Salud en cuanto a su resolución. No sólo por su incompetencia técnica sino que también por su lógica de abordaje individual frente a los problemas de salud.
Ya puestos en tema nos urge preguntarnos: ¿cómo valora el sistema formal de salud esta información? E inmediatamente tendemos a respondernos con lo que sabemos:
·         A la hora de estudiar asociativamente, alguna enfermedad en particular, situación de salud, riesgo a la salud o la mismísima mortalidad, siempre hacemos consideraciones especiales de algunos factores que en las hipótesis de trabajo figuran como determinantes o influyentes para la variabilidad de aquello que estemos estudiando.
·         Es fácil encontrar en casi todo análisis de relación salud – enfermedad a esos determinantes tales como educación, tipo de vivienda, condiciones socioeconómicas, etc., sospechados de afectar la uniformidad de cualquier enfermedad o situación sanitaria. Esto nos estaría indicando que ya hay una presunción o hipótesis de que dichas variables podrían incidir de una u otra forma en el objeto de investigación.
·         Por otro lado, en la mismísima anamnesis se consulta inexorablemente por características relacionadas con el nivel educacional, socioeconómico o ambiental del que esté requiriendo asistencia. Obviamente esto es devenido de estudios o experiencias previas que han relacionado estas características con la enfermedad en sí misma o con su gravedad. También aquí queda claramente establecido que el sistema asistencial no sólo no ignora la importancia de tales factores sino que inclusive les suele dar hasta valor diagnóstico.
Aclarado este punto, o sea dando por sentado que el sistema de salud conoce perfectamente la connivencia de los microbios de todo tipo con las condiciones de vida (así como también la relación de las condiciones de trabajo o las medioambientales en la aparición de enfermedades o discapacidades), vamos a adentrarnos en las consecuencias que se desprenden de las diferencias entre dichas condiciones de vida, y de cómo equilibrar la balanza de derechos frente a las desigualdades manifiestas.
Con el sistema actual, y considerando el derecho a la salud como el derecho a recibir asistencia médica ante un evento de salud individual, estamos ante la imposibilidad de que el sector que técnicamente se denomina “de salud” o “sanitario”, el cual suele agruparse y limitarse a los confines de los ministerios de salud, pueda interceder con eficiencia en algunos o todos los determinantes que enumeramos antes. Sólo podríamos imaginar campañas de recomendaciones poblacionales de cuidado individual, que es lo que habitualmente se hace para cubrir estas deficiencias preventivas. O bien uno podría imaginar situaciones de recomendaciones en los consultorios, como ser…
“Luego del antibiótico correspondiente el médico que lo atiende le diga “mire buen hombre, con esta pastillita matamos la bacteria, pero por favor cuídese de la pobreza, no tome el agua de la canilla de su casa, esquive el basural que tiene en la esquina, mejore su salario rápidamente y termine de una vez por todas con ese secundario”. Ante esta situación no queda más remedio que agradecer al cielo por la existencia de la pastillita.”
De lo que se trata al fin es que con altibajos sólo hemos podido, desde las estructuras formales de salud, trabajar sobre el derecho a tratarse (en el mejor de los casos curarse) de la afecciones de cada uno, independientemente de donde  viva, donde trabaje, o de que estudios tenga. O sea que el horizonte más popular alcanzable es la perfecta equidad asistencial, en donde todos los habitantes gocen del derecho a la misma calidad en cuanto a diagnóstico, internaciones, tratamientos, acceso a medicamentos, traslados y hasta rehabilitaciones. Lo que convengamos no es poco ni tampoco habitual en este mundo con abundancia de liberalismo. Pero soñemos con algo más de atrevimiento, ¿no sería fantástico que la gente tenga el mismo derecho individual a no enfermarse? Desarrollemos.
Es a todas luces obvio que la posibilidad de “no enfermar” es una utopía y hasta podríamos decir que una entelequia, pero lo cierto es que no es lo mismo evitar enfermedades en algunos que en otros, en pobres que en ricos, en alfabetizados que en analfabetos, en trabajadores que en desocupados, en residentes urbanos que en rurales, etc., etc., etc., pero a pesar que el sistema conoce perfectamente que las desigualdades inciden sobre el riesgo de enfermar, no tiene herramientas, ni personal, ni presupuesto (y acaso ni siquiera vocación) para intentar equidad en este derecho también.
Y estamos hablando de lograr equilibrar los riesgos de enfermar, no de evitar completamente las enfermedades. Porque también enferman universitariosadineradosresidenciales  que sin embargo, parecieran tener más derecho a no enfermar que los analfabetosindigentessinhogar. En una brecha muchísimo más pronunciada que la devenida del derecho a recibir asistencia y que aparte, como demostramos en renglones anteriores, estas desigualdades están asumidas como naturales e inherentes a cuestiones ajenas a las que desde los consultorios se puede abarcar.
Ahora bien, si consideramos que “lo justo” sería, además de que todos gocemos de iguales posibilidades asistenciales,  que todos tengamos  también semejantes exposiciones o riesgos a enfermarnos. Entonces deberíamos pensar en estructuras distintas a las que tenemos. De lo primero ya venimos ocupándonos desde Carrillo en adelante, en cambio de nivelar las posibilidades de prevención parece que estas sólo pueden abarcarse desde otras estructuras que no necesariamente conocen o priorizan con mentalidad sanitaria (desarrollo social, educación, planeamiento, etc.), y quizás aquí esté la clave de cuál es el desafío más cercano que tengamos desde la militancia del sector conocido como “salud”.
Lógicamente que para poder interceder en las decisiones políticas que puedan tomarse desde cualquier estructura estatal hace falta que nuestros militantes entiendan que el diagnóstico (tanto político como clínico), no alcanza para trabajar el derecho a no enfermar. Y que necesitamos traspasar los muros de centros de salud y hospitales pero, no sólo para ponernos a disposición de programas de abordajes sino para poder aportar sanitarismo a cada una de las políticas públicas que se implementen a partir del conocimiento por sobre todas las cosas.
Desarrollemos un poco más, hay innumerables estudios que relacionan aumento de incidencias de enfermedades en distintas poblaciones o individuos diferenciados por cuestiones sociales, económicas, ambientales o culturales. Pues entonces, si conocemos las causas del riesgo aumentado y si además sabemos el corte aproximado desde donde se dispara tal inequidad preventiva (como podrían ser un determinado salario mínimo, o una mínima escolaridad, o presencia de agua potable intradomiciliaria y cloacas, etc.), lo correcto es que fijemos objetivos sanitarios relacionados con estos límites.
Las preguntas que debemos hacernos como militantes sanitarios para ir fijando objetivos son sencillas: ¿Qué escolaridad mínima me asegura que no haya diferencias en el bajo peso al nacer entre unas embarazadas y otras? ¿Qué porcentaje máximo de agua de pozo es permisible para que no haya más riesgos de diarreas en un barrio que en otro? ¿Con qué salario mínimo familiar logramos hacer desaparecer las diferencias de mortalidad infantil entre unos hogares y otros? Y miles de preguntas más que ya tienen respuestas o podrían tenerlas y que podrían transformarse en nuevos objetivos medibles con indicadores directos novedosos, que se sumen a los ya diseñados medibles a través de indicadores indirectos conocidos.
Luego viene la parte más difícil que es la de militar tales objetivos sanitarios en una estrategia que debe ser necesariamente transversal, en donde se hace imprescindible involucrarse en “estructuras ajenas” para poder incidir en las estrategias, las prioridades y las urgencias de las políticas públicas de estos otros sectores. Dejamos como tarea, la de imaginar cuales serían las formas de trabajo a adoptar para hacer viable y eficiente esta intervención.
Y decimos trabajo militante porque obviamente estas metas no pueden desarrollarse desde las estructuras formales de salud, cuyas tareas exceden muchas veces las posibilidades operativas que poseen naturalmente y sobre las que hay que seguir buscando perfección.
Al fin, lo que proponemos es militar por lograr justicia e igualdad desde el conocimiento cabal de las causas que provocan las inequidades, así como las magnitudes que determinan su incidencia, bregando así para que todos tengamos el mismo “derecho  a no enfermar”. ¿Nada nuevo no?


Pablo Basso

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